Ocho años después, la situación dramática que se vivió en el este de Japón durante la semana siguiente al gran seísmo, al tsunami y al accidente nuclear de Fukushima en marzo de 2011 permanece fuertemente grabada en mi memoria. Yo dormía en Kantei [la residencia oficial del primer ministro]. En los momentos en los que me encontraba solo, vestido con el uniforme de bombero de rigor en ese tipo de situaciones extremas, dormitaba en el sofá del salón. En realidad, solamente me recostaba para descansar el cuerpo, mientras reflexionaba sin parar acerca de las medidas que debía tomar.
Jamás había tenido una actividad profesional relacionada con la energía nuclear, por lo que mis conocimientos en la materia se limitaban a las nociones básicas de física aplicada que había adquirido durante mis estudios universitarios. Gracias a la lectura de informes sobre el desastre de Chernóbil, conocía los daños que un accidente nuclear (...)